viernes, 11 de diciembre de 2015

Corriendo por el Monte

Cuando era pequeño y llegaba el domingo, en casa tocaba salida familiar al monte. No me gustaba nada madrugar y siempre intentaba resistirme, pero no había escapatoria. Preparábamos todo al detalle, nos vestíamos en condiciones y entrábamos en el coche para un trayecto que siempre se hacía eterno, curva tras curva...¡qué mareos! Cuando llegabas al destino y se te pasaban las ganas de vomitar, todo cambiaba. Descubrías un mundo lleno de posibilidades y, para una mente infantil, un sitio mágico en el que encontrarte con hadas, duendes y todo tipo de seres fantásticos. Siempre he sido un guindilla y me ponía a correr pradera arriba y abajo sin descanso. No medía mis fuerzas, había energía de sobra.
Mis lugares favoritos eran los bosques, donde casi no pasaba el sol y me podía dejar atrapar por su ambiente, alejándome corriendo entre los árboles, saltando entre mares de hojas y esquivando piedras y ramas. Corría sin dirección, jugando, sintiéndome libre. Disfrutando de lo maravilloso que era todo, de los olores del bosque, de los sonidos de los animales. Creo que fue entonces, en aquellos años, cuando me enamoré de la montaña.
En los bosques, nunca sabes por dónde te pueden salir los duendes

Años más tarde, me acerqué a esos lugares por mi cuenta, queriendo revivir esas sensaciones. Y al poco tiempo, volví a correr por ellos: me calcé unas botas viejas de monte y corrí por esos sitios que años antes me habían atraído tanto. Me acuerdo que la mayoría de la gente me miraba raro: al monte había que ir a disfrutar, no a sufrir de esas maneras, sin enterarse de por dónde se pasa. Pero me daba igual, a mí me encantaba y disfrutaba con ello. Correr por monte tiene algo especial, muy animal, instintivo. Cuando corro por montaña, ya sea en un bosque o en una cresta de roca, siento cómo mi cuerpo se funde con el terreno. Me siento parte de cada piedra, de cada árbol, que estaban allí antes de que yo viniera a este mundo y seguirán mucho tiempo después de que lo abandone. Me siento como lo que soy en realidad, un animal, libre y en contacto con la naturaleza.
Animales compartiendo pasión

Me encanta dejarme llevar y disfrutar de todas las sensaciones que te invaden en este medio: la falta de aire en los pulmones cuando llevas un rato subiendo; la ligera sensación de mareo cuando corres en altura; la tensión en mis músculos cuando desciendo a toda velocidad; la sensación de ir por las nubes cuando salto por el barro, las hojas o la hierba; la dureza de correr por roca o el sonido de la nieve cuando corres abriendo huella; la tremenda soledad de saber que soy la única persona en kilómetros... Todo forma parte de un ritual especial que se completa al llegar a cima, cuando recuperas la respiración y tus ojos se fijan en ese mar de montañas que tienes alrededor, esos horizontes infinitos. O cuando consigues vencer al sol y llegar arriba disfrutando de un precioso amanecer, que se queda grabado en tu cabeza y hace que tengas durante horas la sonrisa puesta en la cara. Sentir el aire frío en la cara, el calor de los primeros rayos de sol sobre tu cuerpo y el vértigo de comenzar a descender bailando con las piedras y la nieve. Es todo un placer. Una pasión.
Ganando al sol para ver amanecer en Monte Perdido

¿Hay algo malo en correr por el monte? Evidentemente, no. Pero parece que, como siempre, para algunos sí. Hay muchas personas para las que la montaña es como una religión (entre los que me incluyo) y como tal, algunos se la toman de manera fundamentalista e intolerante. Para ellos sólo hay un modo de acercarse y disfrutar la montaña y todo lo demás es una falta de respeto, una blasfemia. Defienden que hay que ir despacio, sin prisas, porque sino no te empapas de todo su esplendor.
Este es un debate que lleva muchos año abierto, pero pensaba que ya estaba más o menos superado, hasta que hace unas pocas semanas fui a la presentación de un libro y vi con preocupación cómo se crucificaba a los que van al monte a correr. El debate y el linchamiento siguió en las redes sociales, acusándonos de llevar el estrés y las prisas de la vida urbana a un lugar sagrado, no siendo capaces de disfrutar de la esencia del monte y abusando de la competitividad para ver quién es el más rápido.
Me parece muy triste, ¿sólo hay una forma de disfrutar la montaña? Si vas al monte y no haces daño ni molestas a nadie, ¿qué más da que vayas andando, corriendo o haciendo el pino-puente? ¿Cuál es el problema? Cada uno que haga lo que le de la gana. Y además, ¿quién decide lo que es rápido o lento? Eso es algo muy subjetivo. Me parece un debate absurdo, estéril. Ganas de polémica sin motivo.
Disfrutando de correr por monte

Hoy es el día internacional de las montañas. Son parajes únicos que hay que proteger y cuidar. Son lugares fundamentales para la vida y para el espíritu, que deberíamos respetar y mimar, acercándonos  a ellos con cabeza, cuidado y responsabilidad. Y, como cualquier cosa en la vida, la montaña se puede disfrutar de muchas maneras y no hay ninguna mejor que otra. Tú, vete al monte y disfrútalo como mejor te parezca y deja que los demás hagan lo mismo. Yo prefiero disfrutarla de todas las formas y, mientras el cuerpo aguante, seguiré corriendo por el monte y sintiéndome como ese crío pequeño que corría por el bosque jugando entre las hojas y los árboles.
Lugares únicos

2 comentarios:

  1. Las montañas son preciosas y hay que saber disfrutarlas y apreciarlas, cada uno a su manera. Tienes toda la razón.

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  2. De eso se trata, de disfrutarlas cada uno como mejor le parezca. Mientras no hagas mal a nadie, ¿qué más da cómo?

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