miércoles, 22 de agosto de 2018

Gran Trail Aneto-Posets (IV)


Stairway to heaven. Foto: GTTAP


4. El final. La meta no vale nada sin el camino.


Mueres y resucitas. Unas cuantas veces. Así son este tipo de carreras: pasas por momentos en los que no puedes dar ni una zancada, vacío de energía, y sin saber muy bien cómo, consigues recuperar el ánimo y las fuerzas para seguir. Cada vez que caes, sale esa parte insegura que tenemos y piensas que no vas a poder superar lo que te queda y que es mejor que te retires. Es un mecanismo de defensa para que pares con esa tortura y tanto el cuerpo como la mente puedan descansar y dejen de sufrir.
Por eso es importante conocerse, saber aguantar y no perder el control cuando vas mal. Si entiendes que te enfrentas a algo mental, es más fácil cambiarlo y darle la vuelta.

El Posets nos vigila. Foto: GTTAP

Yo, normalmente, soy capaz de acallar esa parte insegura, pero cuando paso una mala racha o estoy muy fatigado, puede que ésta tome el control. Por suerte, hay otra parte de mí casi indestructible, trabajada durante muchos años y experiencias, capaz de conseguir lo que se propone y llevarme a donde quiera, que me ayuda a renacer y a superar estos malos momentos. Esa es la pelea que se da en lo más profundo de tu ser. Y así, cayendo y levantándote unas cuantas veces, llegas a un estado en el que tu cabeza se va apagando y es tu cuerpo el que tiene que seguir, poniendo una especie de piloto automático que te va guiando mientras lo que hay alrededor pasa a un segundo plano. Solo existe el camino, nada más. No ves flores en las praderas, ni estrellas en el cielo. El frío deja de afectarte y el calor no te molesta. No sientes el paso del tiempo. Apenas te quedan sentimientos o emociones. Simplemente sigues.

Las nubes juegan con nosotros. Foto: GTTAP


El terreno que me queda no es sencillo. Primero, una dura subida al collado de la Forqueta, el más alto de la prueba. Luego, una bajada para intentar recuperar lo que pueda hasta el refugio de Biadós y otra subida, algo más cómoda, pero muy larga y de noche, hasta el collado de Estós. Y para terminar, hay que recorrer un larguísimo valle, casi todo en bajada y por mejor senda, hasta Benasque. Pero, sobre todo, lo que tengo por delante son muchas horas de esfuerzo, con gran fatiga, malestar de estómago y en solitario, que lo hace todo más difícil a estas alturas.

El paraíso. Foto: GTTAP

Entonces ¿por qué no me retiro? Lo más cómodo es irse para abajo y descansar. Soy una persona prudente y nunca me ha temblado el pulso si he tenido que darme la vuelta en la montaña. Pero esta vez es diferente. No me encuentro bien de tripas, cada vez tengo más náuseas, pero físicamente, una vez recupero el calor corporal, no estoy tan mal y es más una cuestión de bajón mental. El tiempo no es bueno, muchas nubes y algo de lluvia, pero no creo que me obligue a darme la vuelta. Y tengo muchas horas de margen para poder llegar a meta. Hay que intentarlo.

Por terreno "fácil". Foto:GTTAP

Una vez  cambiado el chip, de ir marcando unos tiempos a simplemente terminar cuando sea, la cabeza y el cuerpo se relajan. Voy ascendiendo poco a poco, muy lento, y me cruzo con unos voluntarios que bajan y que me dicen que arriba está lloviendo. ¡Más lluvia no por favor! Al rato, un corredor baja en retirada y en vez de animarme a seguir, intenta convencerme de que me de la vuelta, dándome un montón de escusas. Lo tengo muy fácil para irme con él, pero todavía no ha llegado mi momento.
Tengo el estómago cerrado, no puedo comer ni beber y conforme asciendo me encuentro peor y más débil. En mi cabeza solo se dibuja el siguiente objetivo, subir al collado. En este instante esa es mi obsesión y vivo solo para eso. No hay lugar a otros pensamientos. Solo existe el collado. Las náuseas hacen que de vez en cuando tenga que pararme y apoyarme en las rodillas mientras respiro, pero sigo adelante.
Paso por un lago que todavía está helado, un lugar espectacular rodeado de crestas con las que juegan las nubes y los rayos de sol, y encaro la última subida. ¡Qué frío hace! El viento parece que corta. Allí arriba está el collado, elevándose hacia el infinito, y puedo distinguir a los voluntarios entre la nieve. Continúo sin pensar demasiado, esa es la clave, y a duras penas consigo llegar, en lo que me parece una eternidad. Me reciben abrigados con mantas, mientras me ofrecen un té caliente que me templa un poco, y me animan a continuar rápido hacia abajo porque me estoy quedando congelado.

Se va apagando el día. Foto:GTTAP

Empiezo a bajar, muy torpe, y a los pocos metros me resbalo en la nieve y caigo, aunque sigo deslizándome para no parar. Llego a un camino muy pendiente pero bastante bueno y comienzo a bajar mejor, recuperando sensaciones.
La soledad es brutal y el sol se está metiendo entre las montañas, no se cómo lo voy a hacer para superar la segunda noche. Intento correr pero no puedo, no por las piernas cansadas o la tripa, que ahora está mejor. El cansancio hace que lleve un tiempo viendo todo un poco borroso y no consigo enfocar bien la vista en el suelo, con lo que si corro puedo caer.

Anochece. Soledad. Foto:GTTAP

La noche llega pero las sensaciones son buenas ahora y me veo animado para intentar la última parte. Llego al refugio mejor de lo que esperaba, con energías renovadas, como y bebo lo poco que puedo mientras bromeo con los voluntarios, que no paran de reírse conmigo. No me puedo entretener mucho y tengo que aprovechar que ahora me siento mejor, así que salgo rápido para encarar la última subida.

Avituallamiento de Biadós. Unas risas no vienen mal. Foto:GTTAP

El camino va por una ladera inclinada y pasa por numerosos barrancos. Miro hacia abajo con el frontal pero no consigo ver el fondo, mejor no caerse aquí. Empieza a llover otra vez, con lo que la roca se pone muy resbaladiza. Además, lo que he comido me ha sentado como una patada y aunque voy aguantando, las sensaciones empeoran. Veo las luces de unos corredores no muy lejos e intento alcanzarlos, con la esperanza de ir acompañado y tener algo de conversación que me permita pensar en otras cosas, pero soy incapaz de llegar a ellos.
Empieza una pendiente muy fuerte y siento que no tengo un gramo de fuerza, me encuentro fatal. La subida no termina nunca, pero no puedo detenerme a recuperar porque me quedo congelado. Voy mirando el altímetro para irme fijando objetivos, pero la altura no sube. Sigo andando y apenas cambia, no avanzo y me desespero. ¡Pero qué me pasa, si lo que se me da bien es subir!.
Estoy solo, de noche en mitad de la nada, congelado, mal de tripas y con mucha fatiga. Pienso que me voy a morir allí mismo, en cualquier momento, sin que nadie lo vea y me ayude.
Pero entonces, a lo lejos, consigo distinguir una luz en lo que parece un collado, recortado entre las nubes y el cielo estrellado. En ese momento, me doy dos tortas en la cara y me digo: "Déjate de tonterías, allí está el collado, si llegas lo tienes hecho, tira para arriba". Me concentro en la respiración y voy acercándome a la luz de los voluntarios, que es como un faro en mitad del océano. Bajan a recibirme y a animarme, ¡qué gran labor están haciendo! Lo más duro ya está hecho y el haber llegado hasta ellos me ha vuelto a dar energías.

Sin apenas detenerme, empiezo a descender por el valle y comienzo a tener alucinaciones. Oigo conversaciones que creo que son reales y veo gente por todos lados. Los troncos me parecen personas que me miran y no me hablan, ¿Por qué no me hablan? ¿Les habré hecho algo? Y paso varios bloques enormes de piedra que estoy convencido que son el refugio, desesperándome cuando descubro la realidad. Son los efectos de llevar casi cuarenta y ocho horas sin dormir y con esa paliza en el cuerpo. Si me concentro en la luz de mi frontal, me quedo dormido. Me parece que llevo semanas corriendo mientras las sombras se mueven y las piedras me hablan.
Por fin, llego al refugio, aunque ya no se ni quién soy. Me reciben con una manta, un caldo caliente y una silla que debe ser el lugar más cómodo del mundo. ¡Qué bien se está! No pasa nada por cerrar un rato los ojos, ¿verdad?. Un grupo de tres corredores sale en ese momento para Benasque, así que me levanto, me despido de los voluntarios y me voy con ellos para no hacer la última parte solo. Varias veces me quedo dormido mientras ando, pero con las breves conversaciones que tenemos nos vamos despertando los unos a los otros. Vamos ya todos muy tocados y seguimos por inercia. Enciendo el teléfono móvil y por fin puedo hablar con la familia y decirles que en un rato voy a llegar, pero no tengo ningún tipo de emoción, solo sueño y cansancio, que son tan intensos que no dejan lugar a otros sentimientos. Como estamos medio dormidos, el camino se nos pasa rápido, aunque nos cueste casi tres horas esta sencilla última parte.
Y de repente, vemos las luces de Benasque, mientras el cielo comienza a clarear. Ahora sí, sabemos que lo hemos conseguido.
La cabeza vuelve a conectar con la realidad y me lleno de emoción mientras lloro:
Emoción por ver a la familia que me está esperando en meta. Por terminar un proyecto tan grande y de tantos meses. Por haber peleado tan duro, hasta el final, durante tantas horas. Por haber muerto y resucitado hoy tantas veces que me sería imposible contarlas. Por volver siendo una persona diferente a la que comenzó la carrera, enriquecido con todas las experiencias vividas en esta aventura.
Mi mujer y mi hijo están durmiendo, pero agarro la mano de mi sobrino y voy con él a por el último esfuerzo. Se terminó el camino. Es increíble de lo que somos capaces. Lo he logrado.

Meta con mi sobri.

Hoy la meta no me aporta, aparentemente, nada, más allá del descanso. No hay una explosión de alegría. Pero mi cabeza vuela rápido hacia aquel día que decidí apuntarme a esta locura, a todos estos meses de entrenamiento, con sus buenos y malos momentos, a esas preciosas salidas por montaña que tanto me han aportado, a los amaneceres que he podido vivir y a las horas de noche corriendo entre los árboles. Todo lo que he aprendido de mi mismo y todos los obstáculos que he salvado en este tiempo. Y también hace un repaso a la carrera, con esa salida tan tensa y complicada, lo bien que me lo he pasado durante muchos kilómetros, lo duro que he peleado otros tantos y todos los paisajes de ensueño que llenan mi cabeza. Me he vuelto a encontrar y a saber quién soy y he vivido una experiencia increíble. Eso es lo que me ha aportado la meta, todo el camino recorrido hasta llegar a ella. Porque la meta no vale nada sin todo ese camino, que hay que saber apreciar y valorar. Eso es lo bonito.
¿Ha merecido la pena esta aventura?
Sin ninguna duda.

Un trozo de madera que representa un sueño

P.D.: Después de abrazar a mi mujer y mi peque, dormir un rato y ponerme hasta arriba de comer, lo primero que hice fue buscar a Ana entre los voluntarios. Le presenté a mi familia y el abrazo que nos dimos lo recordaré siempre. Los voluntarios de esta carrera son únicos.

viernes, 17 de agosto de 2018

Gran Trail Aneto-Posets (III)


Movimiento, mi manera de entender la vida. Foto: Pic Comaloforno, año 2014

3. Al Refugio Ángel Orus. Cuando caes te encuentras a ti mismo.


Mucha gente piensa que estamos locos y que lo que hacemos no tiene ningún sentido. Con lo primero estoy bastante de acuerdo, algo nos falla ahí arriba. Con lo segundo no, pues precisamente así, haciendo lo que nos gusta, damos sentido a nuestra vida: disfrutar haciendo deporte, llevando nuestro cuerpo al límite por sitios que no muchos pueden pisar.
En esos momentos, cuando estás cerca del límite, puedes aprender muchas cosas sobre ti mismo y sobre cómo encarar la vida, que te sirven para tu día a día y para verlo todo de otra manera. Lo importante es no parar, esa es nuestra naturaleza y así es como nos sentimos vivos.
Yo no pienso con claridad hasta que mi corazón alcanza pulsaciones altas, la respiración se acompasa y todo fluye. Me sirve para concentrarme y ver lo que realmente importa y lo que no. Somos movimiento.

Una de tantas madrugadas entrenando para el GTTAP


Pasar por Benasque a mitad de carrera es una putada, con todas las letras. Ves a tu familia y te quieres quedar con ellos, te descentras de la carrera pudiendo cometer errores más fácilmente, te enfrías y tienes la posibilidad de retirada y descanso al alcance de la mano, por lo que muchos terminan aquí su aventura. Yo voy bien y tengo muy claro que voy a seguir, pero el hecho de que ochenta corredores, un tercio de los que quedamos, se retiren en este punto, lo dice todo. Muchas horas de sufrimiento en las piernas y todo lo que te queda por delante te tiran para atrás.

Llego entre aplausos y me reciben con todos los cuidados posibles. Así da gusto. Lo primero es comer algo y beber. Vengo un poco pasado de vueltas por estos últimos kilómetros a tope bajo el sol y necesito recuperar bien. Luego hay que reordenar bien todo el material, lavarse un poco y cambiarse de ropa. La sensación es que hay que salir rápido de allí, porque si no te va a atrapar la pereza. Antes de que se me haga más duro, me levanto, me despido y salgo dirección Cerler. Tenía que haber comido más y con más calma, luego lo voy a notar.

Llegando al control de Benasque
Descansando y reponiendo fuerzas con los míos

La mayor parte del camino es por bosque y se agradece, porque el sol pega de lo lindo. Sigo concentrado y animado, aunque me voy notando un poco con "flojera" en la subida. El cuerpo apenas me deja trotar y hago casi todo andando. Me empiezo a cruzar con los corredores de la Maratón de las Tucas, que hacen este tramo en sentido inverso, y a partir de aquí será un no parar, pues son unos 1300 corredores y durante más de cuatro horas no paro de saludar gente. Parece el día de la marmota y terminas hasta las narices de decir siempre lo mismo, por mucho que la mayoría te animen. Casi todos respetan mi paso, pero alguno está a punto de tirarme, ya voy muy maduro a estas alturas.

Caen algunas gotas, que ahora son bien recibidas, porque refrescan el ambiente. Toca bajar a Eriste, donde me vuelven a esperar los míos, por camino cómodo y con mucho público que anima, así que voy trotando a gusto. Voy muy bien de tiempo y si sigo así creo que puedo hacer buena marca. Llego al avituallamiento y otra vez subidón con la familia, pero me da mucha pena irme y no lo quiero posponer demasiado.

Con mi sobrino hacia el avituallamiento
Despedida y otra vez para arriba

Como y bebo muy poco, no todo lo que debería, y me lanzo para arriba con pena y miedo, pues empezamos la subida más dura de la carrera, hasta el collado de la Forqueta, que es la clave de la carrera. Seguir aquí significa volver a abandonar la comodidad del valle y empezar de nuevo la aventura, y con más de quince horas de carrera se hace muy duro mentalmente. Si consigo llegar al collado, la carrera está prácticamente hecha. Miro hacia arriba y no me gustan las nubes que veo y en cuanto se abre un poco el camino, veo la zona de Benasque, sobre la que está cayendo un chaparrón importante. Nos vamos a volver a mojar.

Voy ganando altura y cada vez me encuentro más flojo y con menos ritmo. A mitad de subida está el refugio Angel Orus y solo pienso en llegar, descansar y reponer fuerzas. Pero cometo dos errores que van a  marcar el futuro de la carrera: el frío y el hambre. Parece que con lo primero no debería haber problema, porque hace calor. Pero estamos en montaña, el tiempo cambia muy rápido y conforme asciendes la temperatura baja. Como me dijo un amigo, los que somos muy delgados tenemos el problema de la hipotermia en estas pruebas y hay que tener cuidado: entre el cansancio y la paliza que lleva el cuerpo y las pocas reservas de grasa que tenemos, el frío nos afecta mucho. Además, comienza a llover otra vez, hasta convertirse en una ducha que me va calando hasta los huesos. Empiezo a tener mucho frío, me paro y me pongo la chaqueta impermeable. Pero ya es tarde, voy calado y helado.

Subida por el valle de Eriste. Foto:GTTAP

El hambre también la gestiono mal. Voy justo de gasolina y en vez de parar y reponer fuerzas, decido seguir hasta el refugio y comer allí. Voy muy lento, me alcanza un grupo de seis y apenas soy capaz de seguirlos. La subida se hace eterna y el maldito refugio no llega nunca. Pasan cuestas, curvas y un bosque interminable y por fin aparece a lo lejos.

Llegando al Refugio. Foto: GTTAP

Llego muerto, me siento en una silla a descansar y me quedo congelado. Intento comer algo pero ya las tripas no van del todo bien, no me entra nada. Estoy entrando en hipotermia. Los voluntarios me cuidan, me dan caldo con fideos y me animan, pero no hay manera de levantar este cuerpo. Empieza otra vez a llover con mucha intensidad.

Me meto un rato en el refugio para entrar en calor e intento llamar por teléfono a la familia, pero no hay cobertura. La cabeza se está desbocando y estoy perdiendo el control, necesito algo rápido que cambie mi mente. Estoy mal, muy agobiado, sabiendo cómo y dónde estoy y todo lo que me queda por delante, más de cuarenta kilómetros y terreno muy duro, más en estas condiciones. No me veo capaz y parece que la carrera, mi sueño, se me escapa entre los dedos. La retirada tampoco es una opción fácil, habría que descender andando hasta el valle y con la moral por los suelos, así que todavía me agobio más. No encuentro respuesta ni solución, me estoy cayendo en un hoyo muy profundo. ¡Joder! ¡No puede ser! Soy muy duro de cabeza, si ésta falla, no soy nada.
Entro de nuevo en el refugio a cambiarme de ropa y ponerme lo poco seco que tengo, pues estoy tiritando sin parar y decida lo que decida, voy a tener que abrigarme. Y allí me encuentro con Ana.

Es voluntaria en el refugio y enseguida me ve y me calma, me da algo de comer y de beber, me escucha y me habla como te habla una madre, con voz serena y animándome. Me cuenta su historia: cómo el año pasado, desde ese mismo punto, acompañó a su hija hasta la meta en una situación parecida. Una madre coraje. Me dice que me ve muy agobiado, mal de cabeza, pero físicamente entero y que si no sigo adelante, si no lo intento al menos, me voy a arrepentir toda la vida.

Yo también le cuento mi historia para desahogarme: lo que significan para mi estas montañas, todo lo que he vivido en ellas, todo lo que he entrenado y peleado para conseguir este sueño y lo que hemos sufrido en familia durante estos largos meses. Me están esperando en meta, hay que llegar, tengo que conseguirlo. Empiezo a llorar y ella se contagia, nos fundimos en un abrazo que me da fuerza para seguir. Me prepara dos bocadillos y una coca cola y me dice que vaya para arriba despacio, tranquilo, parándome todo lo que necesite. Me recuerda lo que yo ya se, que puedo con ésto, que lo voy a lograr. Y me hace prometerle que no me voy a retirar, que al día siguiente cuando ella mire la clasificación, debo estar entre los que han llegado.

Refugio Angel Orus, nunca olvidaré esta historia. Foto:GTTAP

Si las cosas van bien, es fácil seguir adelante, pero cuando se empiezan a torcer, encuentras la medida de lo que eres: "Cuando trabajas duro, muy duro, para ser mejor y alcanzar grandes metas, pero tropiezas o lo que buscabas no sale como esperas. Cuando te encuentras de frente con la adversidad, en ese momento en el que se tambalean tus ilusiones, es cuando verdaderamente encuentras a tu verdadero yo, tu auténtica personalidad ¿sigues creyendo en ti? ¿sigues peleando o claudicas y te acomodas en la queja estéril?. La forma en la que encajes los golpes será lo que verdaderamente determine tu propio destino. Si eres un ganador, ya sabes que la adversidad solo es un precio que hay que pagar para conseguir grandes sueños o alcanzar una versión mejorada de ti mismo. No te rindas, sigue adelante"*.

Salgo para arriba embutido en toda la ropa que tengo y con una promesa que no puedo romper. Muy jodido, pero sigo en carrera.

*Palabras de Octavio Perez que me repetí una y otra vez


Precioso valle de subida. Foto: GTTAP
Nubes de lluvia. Foto: GTTAP
Ana acompañando durante más de 40km a su hija en la pasada edición. Foto: https://charradasvarias.wordpress.com/2017/07/28/gran-trail-aneto-posets-2017-volando-por-las-montanas/

lunes, 13 de agosto de 2018

Gran Trail Aneto-Posets (II)


Empieza a clarear, energías renovadas. Foto: GTTAP

2. Camino a Benasque. Corre despacio si quieres llegar lejos.


Mi táctica durante este año en las carreras por montaña es clara: suave y guardando fuerza al principio, regulando, para luego ir recogiendo "cadáveres" en la última parte. En estas pruebas de larga distancia hay que saber correr despacio para llegar lejos, adaptarte al terreno y los kilómetros y tener mucha paciencia y control mental, pues si te pasas de ritmo al principio, cuando todavía estás con fuerza, antes o después lo acabarás pagando. Es lo que se conoce como "pájara", te vas quedando sin fuerzas hasta que tu cuerpo no responde y lo más normal es que tengas que abandonar o terminar en condiciones lamentables, como un "zombie". Lo complicado es no cometer errores que te lleven a esa situación en pruebas de tantas horas.

Yo, de momento, voy cumpliendo el plan de maravilla. El terreno está verdaderamente peligroso por la lluvia que ha caído, las piedras patinan que da gusto y puedes tener un resbalón tonto en cualquier sitio y hacerte una avería seria, por lo que he ido tranquilo la primera parte, alargando un poco mis tiempos de paso, y ahora voy con energía extra y puedo apretar un poco para mejorar los parciales que tenía pensados.

Disfrutando la montaña. Foto: GTTAP


Ya ha amanecido y hasta el siguiente refugio tenemos por delante un terreno muy complicado y "rompepiernas", con  continuas subidas y bajadas por enormes bloques de granito, saltos y  trepadas que no te dejan llevar un ritmo constante y te van desgastando las piernas. Eso es lo más duro, porque si puedes llevar un ritmo uniforme, tu cuerpo va economizando energía y llegas a donde quieras. Sin embargo, así es muy fácil fundirte y empezar con calambres musculares. Vamos pasando lagos y pequeños collados, mientras la mayoría de la gente va a tope. Es algo que cada vez veo más en carreras, corredores que van a ritmos muy superiores a los que deberían y ya se sabe cómo van a terminar. No tiene sentido desgastarse aquí. 

Este tramo, hasta el refugio de Llauset, se hace muy largo y después de más de cuatro horas sin avituallar llego un poco vacío de fuerzas. Me siento a descansar entre los voluntarios y devoro unos bocadillos, galletas, membrillo y caldo, recuperando enseguida la energía. Ahora que la cabeza piensa con más claridad, me preocupa que hay mucho sol y no hace nada de frío. Las previsiones han fallado y no venía preparado para ésto, no tengo gafas ni gorra para el sol y me voy a tostar hasta Benasque. Pero es lo que hay y las buenas sensaciones que me van acompañando me animan bastante.

Tremendos paisajes. Foto: GTTAP

Pasan los kilómetros y los paisajes de ensueño por crestas, collados, lagos y picos míticos del Pirineo, mientras descendemos ya por mejor terreno. No es que sea bueno, pero comparado con lo que hemos pasado te sientes como Heidi corriendo por las praderas. Me llama la atención que bajamos y casi nadie me pasa. Es raro, porque bajo peor que una abuela con tacones. Parece que la gente va ya muy tocada...¡pues no queda nada! No llevamos ni cuarenta kilómetros. 

Llego genial al siguiente avituallamiento y bebo todo lo que puedo mientras me quito ropa, pues se lo que me espera: subida infernal bajo el sol hasta el pico Estiba Freda y bajada eterna y durísima a Benasque. Salgo rápido para arriba mientras me como una galleta y pienso en lo hermoso que es todo...¡claro! Desde hace más de una hora voy solo, los grupos se han dispersado y vuelvo a estar en mi salsa. Sinceramente, tanta gente me agobia, no se por qué me apunto a carreras si de lo que disfruto es de la soledad del monte.

Subida al Estiba Freda (Sierra Negra). Foto: GTTAP

El sol castiga sin piedad y la cuesta se las trae, pero a mitad de subida las nubes lo tapan y puedo apretar el paso. Voy muy cómodo y pasando gente todo el rato. Tan contento que hasta les voy dando conversación. Y así, con esa alegría, casi sin darme cuenta, estoy en el pico. Este año han montado un avituallamiento patrocinado por cervezas Ambar, como un chiringuito, donde te puedes sentar con vistas al Aneto mientras te tomas una cerveza. Todas estas cosas a mi me sobran, me parece que no es el lugar y que el sitio y la carrera pierden magia con ésto, pero habrá a quien le haga gracia. 


Balcón al Aneto. Foto: Monrasin

Bebo agua y para abajo rápido. Tengo muchas ganas de llegar a Benasque y ver a la familia. Al principio se baja muy bien por terreno cómodo, pero enseguida te metes en el bosque y el camino no termina nunca. La pendiente es terrible y los tobillos parece que se van a desencajar y salir de su sitio. ¡Qué dolor de pies! Lo normal después de más de cincuenta kilómetros.

Conforme bajas al valle, el fresco de las alturas se convierte en un aire cargado, caliente y pesado, que te cae a plomo en la cabeza. Se está haciendo eterna esta parte, pero reconforta saber que a unos pocos kilómetros pasamos por meta por primera vez y están los tuyos esperándote. 

La verdad que ese momento da miedo. La familia está allí para animarte, pero llevamos más de doce horas de carrera y también está el coche, el apartamento, una ducha caliente y una cama para descansar y abandonar esta paliza que le estamos dando al cuerpo. La gente te aplaude y te sientes como un héroe, ¿para qué seguir entonces? 

Quiero pasarlo cuanto antes, así que aprieto el ritmo, quizá demasiado. Y llego por fin a Benasque. El público encendido, no para de animar, y yo entregado, saludando, chocando manos y gritando. ¡Qué recompensa! Brutal.
Es mi momento, porque se que si logro finalmente terminar la carrera, será de madrugada y no va a haber casi nadie esperando en meta. El ambiente es increíble, se te crea un nudo en la garganta y te surgen lágrimas en los ojos, mientras recuerdas todo lo que has pasado, durante los largos meses de entrenamiento, hasta llegar aquí. De todas partes salen manos para chocar y palabras de ánimo y admiración.
Corro bajo el sol y el calor, gritando como un loco, casi sin aliento, directo al pabellón donde me esperan los míos. Estoy en casa. Soy feliz. Pero todavía queda un mundo.



P.D.: Muchas gracias a Carlos Toquero (@leudimin) por estar pendiente de la carrera, chocarme lamano en Benasque y apoyarme. Y enhorabuena por tu carrera!


Primeras luces del día sobre el Aneto. Foto: GTTAP

Terreno de juego en perfectas condiciones. Foto: GTTAP

Ibones, roca y nieve. Foto: GTTAP

Puesto médico en el collado 2706. Foto: GTTAP

Toboganes "rompepiernas". Foto: GTTAP

Por terreno "cómodo". Foto: GTTAP

Mires donde mires, triunfas. Foto: GTTAP

Últimos metros a la Estiba Freda. Foto: GTTAP

Bajada al valle. Foto: GTTAP

Por la sombra. Foto: GTTAP

Hagas lo que hagas, disfruta. Foto: Monrasin





jueves, 9 de agosto de 2018

Gran Trail Aneto-Posets



Perfil de la carrera. GTTAP

1. La primera noche. No soy de épica 

 Un año entrenando para este momento. Cuántas veces me habré imaginado metido en esta salida, con el frontal encendido y la gente animando. La cabeza se va a todos los días duros de entrenamiento, la lluvia que no paraba de caer durante meses, los madrugones, los kilómetros disfrutados y todo lo que me ha tenido que aguantar mi familia. Ya está, todo ha pasado y estoy a punto de empezar a pelear por uno de mis sueños. Por delante 105 kilómetros y unos 7000 metros positivos, que siempre acaban siendo más. Hay nervios, pero en unos minutos estaremos el camino y yo, frente a frente, y eso ya lo tengo controlado.

Nervios en el corralito. Foto:GTTAP


Voy andando en solitario hacia la salida por las calles de Benasque, como presagiando lo que va a venir después. Te da tiempo a pensar mucho, cosas buenas y malas, así que intentas centrarte en algo. Yo lo hago en la gente, me gusta observarla. Se te quedan mirando al verte vestido como un ninja sobre el que resalta el dorsal rojo. Unos te miran con admiración, como si fueras un héroe. No nos equivoquemos señores, aquí estamos por vicio, o por trastorno mental, los héroes se asemejan más a los que te curan un cáncer o te rescatan de un accidente jugándose el tipo. Otros parece que se ríen al verte, sabiendo lo que te espera ¡Pero a dónde vas tú con lo poca cosa que eres! Entran dudas, pero mejor ni pensarlo.

Empezamos a entrar en el corralito de salida de la avenida de los tilos. Me concentro respirando y cumpliendo el ritual: revisar que esté todo en su sitio, agacharme para atarme bien las zapatillas y pasarme las manos por la cara. Intento empaparme de esos momentos, los ruidos, los olores, la tensión que se puede cortar. En nuestras caras se puede ver ilusión y ganas de comenzar, mezcladas con miedo. Mucho público a los lados y despedidas que te ponen un nudo en la garganta, parece que nos vamos a la guerra. Todo va sobre ruedas, según lo planeado. Pero a veinte minutos de salir empieza poco a poco a llover hasta convertirse en una tromba de agua con granizo. Se nos está cayendo el cielo encima y no paramos de ver rayos que iluminan la noche. Nuestras caras empiezan a cambiar y a casi todos se nos pasa por la cabeza escapar de allí hacia la comodidad del hotel, pero no se por qué motivo seguimos ahí de pie aguantando. Todavía no hemos salido y ya estamos calados...pinta interesante la noche.


Tormentón antes de empezar. Foto: J.G.Dihinx, lameteoqueviene


Entre gritos un poco surrealistas de los speakers, que ya no saben cómo animarnos, y aplausos del público, llega el momento esperado. Cuenta atrás, se apagan las luces y se da una emocionante salida entre la oscuridad de la calle, solo iluminada por los frontales de los corredores, y un público entregado que permanece en la calle llevándonos en volandas, a pesar de la que está cayendo. Piel de gallina. Mi frontal no se enciende y al manipularlo se le sale la correa, que a duras penas puedo poner mientras corro...nervios. Y todavía más cada vez que salta un rayo hacia el fondo del valle, justo hacia donde vamos.

Correr de noche tiene su punto. Foto GTTAP



El pelotón avanza con poco ánimo, en la más absoluta oscuridad, acompañados por los relámpagos que nos marcan el camino. Luego me dijeron que fue una salida épica, para recordar, pero a mi todo eso me sobra. Se que hay gente a la que luego le encanta fardar de estas cosas y cuanto más dura se ponga la cosa, más le gusta, o eso aparentan. Pero a mi no, no me descuadres, que bastante dura es la vida como para hacer el tonto de manera gratuita. La épica mejor en las películas. Con semejante panorama intento centrarme y buscar un ritmo tranquilo. Pero es difícil, muchos nervios e incertidumbre de última hora y no lo acabo de ver claro, pues pienso que en esta situación la carrera se va a suspender. Aún así, decido retirar malos pensamientos e ir poco a poco al primer avituallamiento, acompañado por un malestar de tripas que no me deja correr nada a gusto.

La serpiente de luces. Foto GTTAP


Tres horas después, casi sin enterarme, llego al refugio de la Renclusa, todavía entre rayos. Me cambio la ropa, pues han anunciado frío, aunque de momento se está muy bien. Me tomo un caldo que me templa el estómago y tiro para arriba con mucho mejor cuerpo y sensaciones, entre una niebla que cala a ratos. Poco después llega la zona técnica. Me voy encontrando cada vez mejor y paso a corredores a ritmo alegre. Se van haciendo grupetas para subir, pero yo prefiero buscar mi ritmo y tirar solo. Me gusta esa sensación. Voy avanzando y disfrutando de esta parte y ni me entero del tiempo y los kilómetros. Mi mente solo se fija en el brillo de los banderines reflectantes que marcan el camino y en las piedras que ilumina mi frontal.

Llegando a Salenques. Foto GTTAP


La parte final al collado de Salenques se pone seria: nieve dura, trepadas entre bloques gigantes y cuerdas para asegurar...y en lo alto, la luz de los frontales de los voluntarios que nos animan al grito de "¡vamos titanes!". Arriba empieza a clarear y veo el cielo despejado, montañas hasta donde alcanza la vista, aristas infinitas y un mar de nubes en el valle que te quita la respiración. Una línea de frontales encendidos va marcando el recorrido como si fuera una serpiente. Precioso.Y directo para abajo para no quedarme helado, por terreno muy técnico, cuerdas, rápeles y destrepadas...hay veces que es mejor no mirar abajo. Llevamos poco más de seis horas.

Amanece con mar de nubes. Foto GTTAP


Se acabó la primera noche, amanece y en ese momento te sientes renacer, como si esas horas no hubieran pasado. Energías renovadas. Nos van a hacer mucha falta.

Primeras luces sobre el Aneto. Foto GTTAP