Gran Trail Aneto-Posets (IV)
Stairway to heaven. Foto: GTTAP |
4. El final. La meta no vale nada sin el camino.
Mueres y resucitas. Unas cuantas veces. Así son este tipo de carreras: pasas por momentos en los que no puedes dar ni una zancada, vacío de energía, y sin saber muy bien cómo, consigues recuperar el ánimo y las fuerzas para seguir. Cada vez que caes, sale esa parte insegura que tenemos y piensas que no vas a poder superar lo que te queda y que es mejor que te retires. Es un mecanismo de defensa para que pares con esa tortura y tanto el cuerpo como la mente puedan descansar y dejen de sufrir.
Por eso es importante conocerse, saber aguantar y no perder el control cuando vas mal. Si entiendes que te enfrentas a algo mental, es más fácil cambiarlo y darle la vuelta.
El Posets nos vigila. Foto: GTTAP |
Yo, normalmente, soy capaz de acallar esa parte insegura, pero cuando paso una mala racha o estoy muy fatigado, puede que ésta tome el control. Por suerte, hay otra parte de mí casi indestructible, trabajada durante muchos años y experiencias, capaz de conseguir lo que se propone y llevarme a donde quiera, que me ayuda a renacer y a superar estos malos momentos. Esa es la pelea que se da en lo más profundo de tu ser. Y así, cayendo y levantándote unas cuantas veces, llegas a un estado en el que tu cabeza se va apagando y es tu cuerpo el que tiene que seguir, poniendo una especie de piloto automático que te va guiando mientras lo que hay alrededor pasa a un segundo plano. Solo existe el camino, nada más. No ves flores en las praderas, ni estrellas en el cielo. El frío deja de afectarte y el calor no te molesta. No sientes el paso del tiempo. Apenas te quedan sentimientos o emociones. Simplemente sigues.
Las nubes juegan con nosotros. Foto: GTTAP |
El terreno que me queda no es sencillo. Primero, una dura subida al collado de la Forqueta, el más alto de la prueba. Luego, una bajada para intentar recuperar lo que pueda hasta el refugio de Biadós y otra subida, algo más cómoda, pero muy larga y de noche, hasta el collado de Estós. Y para terminar, hay que recorrer un larguísimo valle, casi todo en bajada y por mejor senda, hasta Benasque. Pero, sobre todo, lo que tengo por delante son muchas horas de esfuerzo, con gran fatiga, malestar de estómago y en solitario, que lo hace todo más difícil a estas alturas.
El paraíso. Foto: GTTAP |
Entonces ¿por qué no me retiro? Lo más cómodo es irse para abajo y descansar. Soy una persona prudente y nunca me ha temblado el pulso si he tenido que darme la vuelta en la montaña. Pero esta vez es diferente. No me encuentro bien de tripas, cada vez tengo más náuseas, pero físicamente, una vez recupero el calor corporal, no estoy tan mal y es más una cuestión de bajón mental. El tiempo no es bueno, muchas nubes y algo de lluvia, pero no creo que me obligue a darme la vuelta. Y tengo muchas horas de margen para poder llegar a meta. Hay que intentarlo.
Por terreno "fácil". Foto:GTTAP |
Una vez cambiado el chip, de ir marcando unos tiempos a simplemente terminar cuando sea, la cabeza y el cuerpo se relajan. Voy ascendiendo poco a poco, muy lento, y me cruzo con unos voluntarios que bajan y que me dicen que arriba está lloviendo. ¡Más lluvia no por favor! Al rato, un corredor baja en retirada y en vez de animarme a seguir, intenta convencerme de que me de la vuelta, dándome un montón de escusas. Lo tengo muy fácil para irme con él, pero todavía no ha llegado mi momento.
Tengo el estómago cerrado, no puedo comer ni beber y conforme asciendo me encuentro peor y más débil. En mi cabeza solo se dibuja el siguiente objetivo, subir al collado. En este instante esa es mi obsesión y vivo solo para eso. No hay lugar a otros pensamientos. Solo existe el collado. Las náuseas hacen que de vez en cuando tenga que pararme y apoyarme en las rodillas mientras respiro, pero sigo adelante.
Paso por un lago que todavía está helado, un lugar espectacular rodeado de crestas con las que juegan las nubes y los rayos de sol, y encaro la última subida. ¡Qué frío hace! El viento parece que corta. Allí arriba está el collado, elevándose hacia el infinito, y puedo distinguir a los voluntarios entre la nieve. Continúo sin pensar demasiado, esa es la clave, y a duras penas consigo llegar, en lo que me parece una eternidad. Me reciben abrigados con mantas, mientras me ofrecen un té caliente que me templa un poco, y me animan a continuar rápido hacia abajo porque me estoy quedando congelado.
Se va apagando el día. Foto:GTTAP |
Empiezo a bajar, muy torpe, y a los pocos metros me resbalo en la nieve y caigo, aunque sigo deslizándome para no parar. Llego a un camino muy pendiente pero bastante bueno y comienzo a bajar mejor, recuperando sensaciones.
La soledad es brutal y el sol se está metiendo entre las montañas, no se cómo lo voy a hacer para superar la segunda noche. Intento correr pero no puedo, no por las piernas cansadas o la tripa, que ahora está mejor. El cansancio hace que lleve un tiempo viendo todo un poco borroso y no consigo enfocar bien la vista en el suelo, con lo que si corro puedo caer.
Anochece. Soledad. Foto:GTTAP |
La noche llega pero las sensaciones son buenas ahora y me veo animado para intentar la última parte. Llego al refugio mejor de lo que esperaba, con energías renovadas, como y bebo lo poco que puedo mientras bromeo con los voluntarios, que no paran de reírse conmigo. No me puedo entretener mucho y tengo que aprovechar que ahora me siento mejor, así que salgo rápido para encarar la última subida.
Avituallamiento de Biadós. Unas risas no vienen mal. Foto:GTTAP |
El camino va por una ladera inclinada y pasa por numerosos barrancos. Miro hacia abajo con el frontal pero no consigo ver el fondo, mejor no caerse aquí. Empieza a llover otra vez, con lo que la roca se pone muy resbaladiza. Además, lo que he comido me ha sentado como una patada y aunque voy aguantando, las sensaciones empeoran. Veo las luces de unos corredores no muy lejos e intento alcanzarlos, con la esperanza de ir acompañado y tener algo de conversación que me permita pensar en otras cosas, pero soy incapaz de llegar a ellos.
Empieza una pendiente muy fuerte y siento que no tengo un gramo de fuerza, me encuentro fatal. La subida no termina nunca, pero no puedo detenerme a recuperar porque me quedo congelado. Voy mirando el altímetro para irme fijando objetivos, pero la altura no sube. Sigo andando y apenas cambia, no avanzo y me desespero. ¡Pero qué me pasa, si lo que se me da bien es subir!.
Estoy solo, de noche en mitad de la nada, congelado, mal de tripas y con mucha fatiga. Pienso que me voy a morir allí mismo, en cualquier momento, sin que nadie lo vea y me ayude.
Pero entonces, a lo lejos, consigo distinguir una luz en lo que parece un collado, recortado entre las nubes y el cielo estrellado. En ese momento, me doy dos tortas en la cara y me digo: "Déjate de tonterías, allí está el collado, si llegas lo tienes hecho, tira para arriba". Me concentro en la respiración y voy acercándome a la luz de los voluntarios, que es como un faro en mitad del océano. Bajan a recibirme y a animarme, ¡qué gran labor están haciendo! Lo más duro ya está hecho y el haber llegado hasta ellos me ha vuelto a dar energías.
Sin apenas detenerme, empiezo a descender por el valle y comienzo a tener alucinaciones. Oigo conversaciones que creo que son reales y veo gente por todos lados. Los troncos me parecen personas que me miran y no me hablan, ¿Por qué no me hablan? ¿Les habré hecho algo? Y paso varios bloques enormes de piedra que estoy convencido que son el refugio, desesperándome cuando descubro la realidad. Son los efectos de llevar casi cuarenta y ocho horas sin dormir y con esa paliza en el cuerpo. Si me concentro en la luz de mi frontal, me quedo dormido. Me parece que llevo semanas corriendo mientras las sombras se mueven y las piedras me hablan.
Por fin, llego al refugio, aunque ya no se ni quién soy. Me reciben con una manta, un caldo caliente y una silla que debe ser el lugar más cómodo del mundo. ¡Qué bien se está! No pasa nada por cerrar un rato los ojos, ¿verdad?. Un grupo de tres corredores sale en ese momento para Benasque, así que me levanto, me despido de los voluntarios y me voy con ellos para no hacer la última parte solo. Varias veces me quedo dormido mientras ando, pero con las breves conversaciones que tenemos nos vamos despertando los unos a los otros. Vamos ya todos muy tocados y seguimos por inercia. Enciendo el teléfono móvil y por fin puedo hablar con la familia y decirles que en un rato voy a llegar, pero no tengo ningún tipo de emoción, solo sueño y cansancio, que son tan intensos que no dejan lugar a otros sentimientos. Como estamos medio dormidos, el camino se nos pasa rápido, aunque nos cueste casi tres horas esta sencilla última parte.
Y de repente, vemos las luces de Benasque, mientras el cielo comienza a clarear. Ahora sí, sabemos que lo hemos conseguido.
La cabeza vuelve a conectar con la realidad y me lleno de emoción mientras lloro:
Emoción por ver a la familia que me está esperando en meta. Por terminar un proyecto tan grande y de tantos meses. Por haber peleado tan duro, hasta el final, durante tantas horas. Por haber muerto y resucitado hoy tantas veces que me sería imposible contarlas. Por volver siendo una persona diferente a la que comenzó la carrera, enriquecido con todas las experiencias vividas en esta aventura.
Mi mujer y mi hijo están durmiendo, pero agarro la mano de mi sobrino y voy con él a por el último esfuerzo. Se terminó el camino. Es increíble de lo que somos capaces. Lo he logrado.
Meta con mi sobri. |
Hoy la meta no me aporta, aparentemente, nada, más allá del descanso. No hay una explosión de alegría. Pero mi cabeza vuela rápido hacia aquel día que decidí apuntarme a esta locura, a todos estos meses de entrenamiento, con sus buenos y malos momentos, a esas preciosas salidas por montaña que tanto me han aportado, a los amaneceres que he podido vivir y a las horas de noche corriendo entre los árboles. Todo lo que he aprendido de mi mismo y todos los obstáculos que he salvado en este tiempo. Y también hace un repaso a la carrera, con esa salida tan tensa y complicada, lo bien que me lo he pasado durante muchos kilómetros, lo duro que he peleado otros tantos y todos los paisajes de ensueño que llenan mi cabeza. Me he vuelto a encontrar y a saber quién soy y he vivido una experiencia increíble. Eso es lo que me ha aportado la meta, todo el camino recorrido hasta llegar a ella. Porque la meta no vale nada sin todo ese camino, que hay que saber apreciar y valorar. Eso es lo bonito.
¿Ha merecido la pena esta aventura?
Sin ninguna duda.
Un trozo de madera que representa un sueño |
P.D.: Después de abrazar a mi mujer y mi peque, dormir un rato y ponerme hasta arriba de comer, lo primero que hice fue buscar a Ana entre los voluntarios. Le presenté a mi familia y el abrazo que nos dimos lo recordaré siempre. Los voluntarios de esta carrera son únicos.